Hace más de diez años, al terminar la secundaria me vi obligado, por mi padre y el deseo de un futuro promisorio, a abandonar la ciudad que me vio crecer, deje amigos, familia y querencia, me subí a un colectivo flechabus, y visité la ciudad esporádicamente. Pero nunca, jamás nunca, volví. Seguí ciego como un caballo con anteojeras, estudié, trabajé progresé, como si eso fuera a hacerme feliz.
Hace algunas semanas decidí visitar nuevamente la ciudad de San Jose de Gualeguachú. Compre el pasaje, me fui a retiro me subí nuevamente a un flechabus, viajé tres magras horas entre películas mediocres y llantos de hijos ajenos. Llegue a la nueva terminal de la ciudad. Camine por el pasillo del bus, me pare en la puerta dispuesto a bajar, esta se abrió y una ráfaga de viento me ilumino le rostro, me refregó un olor indescriptiblemente familiar, uno que me hizo verme a mí mismo 10 años atrás, más joven, mas inocente, plenamente inconsciente de todo lo que dejaba atrás. Me uní conmigo mismo una década atrás, vi mi vida mirada por mí mismo y por los que me aman o amaron, cruce 10 años ciegos en un aleph instantáneo y privado. Di un paso adelante y apoye mi pie derecho en la ciudad que me vio nacer.
Resoné mi nariz, baje la mirada e hice un gesto para correr mi cabello, fue inútil todos se dieron cuenta que lloraba.