Una persona entra a su vida sin que ella lo desee, lo hace de improvisto, casi como un divertimento o una casualidad, en la liviandad de sus vidas se ven atraídos y no se niegan ni a sus pesares, ni a sus cuerpos.
Se unen, si es que semejante cosa fue jamás posible y se esmeran por negar la desdicha y la fatalidad que suele atacar a aquellos que osan llamarse juntos.
Finalmente él muestra señales de lejanía, y ella lo invita a saciar su sed, y él lo hace y ella sueña bajo un manto de promesas de amor eterno y te quiero electrónicos.
Ella espera toda su vida. El vuelve ocasionalmente a sus brazos abiertos, ella nunca lo ve en sus retornos, sino que añora, llora y se lamenta, pues él en realidad nunca vuelve a su a amor, sino que lo hace a la comodidad de lo certero, a la serenidad de aquello que se logra sin esfuerzo.
Ella de allí en más habita solitaria en una pintura obscura, en un muelle mirando al horizonte como si aquel fuera acaso un marinero.
jueves, 7 de octubre de 2010
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